«Tranquilos, paciencia, no se hagan los rulos», atajó, tajante, Cristina Fernández de Kirchner, cuando las dos mil personas que estaban en el Teatro Argentino de La Plata comenzaron a corear por primera vez «Cristina presidenta».
Toda la política estaba mirando La Plata, pero especialmente un cristinismo hambriento de una señal –cualquier señal– sobre los alineamientos y candidaturas en medio de un operativo clamor que insiste en subirla a un ring del que ella misma ya se había bajado. Al igual que la últimos actos, sin embargo, la vicepresidenta ejercitó una ambigüedad que dejó a la dirigencia ensayando distintas interpretaciones. Mientras que un sector tradujo sus palabras —especialmente cuando dijo «Presidenta no, yo ya di todo»— como un paso al costado, otro percibió que, detrás de su propuesta de presentar un programa de gobierno, se escondía otra realidad: «¿Qué otra persona que no sea ella puede encabezar ese plan?, se esperanzó, a la salida del acto, más de un dirigente.
Les dirigentes comenzaron a llegar al Teatro Argentino —ese mismo lugar desde donde CFK había lanzado su candidatura a presidenta en 2007— pasadas las 16. El clima era cálido, decenas de miles de militantes se agalopaban sobre la Av 7 de cara a una pantalla gigante que trasmitiría la «charla magistral», y abundaba un optimismo generalizado. La renuncia de Alberto Fernández a ir por la reelección e, incluso, la corrida bancaria, nutrían la expectativa de que CFK rectificase su decisión de no ser candidata.
«Ella tiene un sentido de la responsabilidad que le va a hacer querer ser candidata. En el contexto que estamos necesitamos una propuesta fuerte, que ordene, que genere algo de esperanza», explicaba un dirigente bonaerense, interrumpido constantemente por militantes que se le acercaban para sacarse una foto. «Ella es la única que nos puede sacar de acá», le decía, mientras posaban, una mujer de 50 años. Luego de la pausa, remataba: «Necesitamos recuperar la mística, estoy rodeado de gente que dice que si Cristina no va no vota. ¿Cómo puede movilizar a ese gente otro candidato?».
A medida que se iba acercando la hora, algunes militantes, referentes y cronistas comenzaron a entrar a trompicones por las diferentes puertas ubicadas sobre la Calle 51. No era sencillo: había un intenso operativo de seguridad con doble cordón de seguridad y detector de metales. Muy brevemente, el rumor de una amenaza de bomba sacudió el avispero, pero una división de explosivos ingresó, revisó el teatro y dejó en claro que se trataba de una falsa alarma.
Ya la procesión de referentes ofrecía algunas pistas sobre los alineamientos que comienzan a formarse en el panperonismo. Una de las delegaciones más importantes fue la del massismo. La presidenta de la Cámara de Diputados, Cecilia Moreau, les diputades Carlos Selva, Marcela Passo, Mónica Litza: todes llegaron juntes. Litza, incluso, fue una de las elegidas para ocupar el escenario junto a CFK. Esta presencia, junto a los guiños que luego CFK le ofreció a Sergio Massa (ver aparte), reflejaban el futuro de una alianza entre el kirchnerismo y el massismo que ya tiene fórmula hace rato: Massa – Eduardo «Wado» De Pedro. «Ese es el futuro de la alianza: un FdT sin intermediación de Alberto Fernández», reflexionó un dirigente sindical a quien la candidatura de Massa no le hace precisamente gracia.
Las candidaturas y los gestos: la traducción
A las 19, una CFK vestida de blanco se subió al escenario y la dirigencia encendió el dispositivo que funciona como traductor de las palabras, los silencios y los gestos de CFK. Fue una hora y 20 de despachar sobre la concentración económica, el crecimiento sin distribución y las consecuencias de la dolarización, y la reacción inmediata fue la misma: «No hay estadista como Cristina. Es la única que tira un poco de luz sobre tanta chatura», reflexionaron varios dirigentes mientras bajaban las escaleras del palco central donde estaban ubicados los principales referentes, como Axel Kicillof, Wado De Pedro, Máximo Kirchner, Andrés «Cuervo» Larroque», Jorge Ferraresi, Verónica Magario, Cecilia Moreau, entre otres.
La interpretación respecto a si se había bajado o no de una posible candidatura presidencial difería, sin embargo. Había todo un grupo de dirigentes sociales y sindicales que tenían cara de abatidos: «Cuando dijo que ella ‘dió todo’ me quise matar. El martes en la mesa de Ensenada veremos cómo seguir», admitió un funcionario bonaerense. Por todos lados resonaba la frase «Presidenta no, yo ya di todo. No es casualidad que la única dirigente que fue condenada, proscripta, e intentada asesinar, es una sola». «Estaba hablando de Milei, quiso dejar en claro que la única que realmente peleaba contra la casta, que son los poderes concentrados, era ella», reflexionó, más optimista, un dirigente que tiene diálogo seguido con la expresidenta.
«Acá cada uno interpreta lo que más le gusta. Por momentos parece que se va a hacer cargo de todo esto, diciendo que se necesita ‘coraje’, y por otros le hablaba a la política como si estuviera por fuera de ella», buscó conciliar un dirigente de La Cámpora, quien insistió en que el objetivo de CFK había sido «hablar de las cuestiones de fondo, no de las electorales». En esa línea, un pedido de la vicepresidenta quedó resonando en la dirigencia fue el de la necesidad de «tener un programa de gobierno». «Ella ya no sabe más cómo decirlo: hay que armar un programa de gobierno y dejarnos de joder. Ella ya sufrió, intentaron matarla, ahora hay que dejarla en paz y ponernos nosotros», reflexionó, con vehemencia, un referente bonaerense. No todes coincidían, sin embargo, con esa lectura. Más de uno veía, en su persistencia respecto a la necesidad de proponer, primero, un plan de gobierno un llamado a cambiar el eje de la discusión: «Ella nos pide que armemos un plan y ahí charlemos. ¿Si no por qué estaría acá? Nos pide que también nos expongamos», cerró, todavía optimista, uno de los principales referentes de La Cámpora mientras abandonaba el teatro.
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