A última hora del martes, familiares y organizaciones recibieron en las puertas de los penales a quienes fueron «cazados» seis días atrás. El festejo catártico no fue completo: cinco personas continúan presas.
Las palabras de los familiares y amigos de las 16 personas que fueron «cazadas» por fuerzas de seguridad durante la represión en el Congreso, once de las cuales fueron liberadas al cierre de esta nota, sonaron como una conmovedora plegaria colectiva el martes por la tarde en el escenario montado en Plaza de Mayo, ante los manifestantes que se reunieron para pedir por la libertad de los detenidos y la vigencia del Estado de derecho. Un par de horas más tarde, finalizada la manifestación, comenzó a conocerse que once de ellos recuperarían la libertad, aunque aún la comunicación oficial no había llegado a los abogados. Sobre las 9 de la noche se difundieron finalmente las resoluciones de la jueza María Servini y hubo un festejo catártico que no fue completo: David Sica, Patricia Calarco, Cristian Valiente, Facundo Gómez y Roberto María de la Cruz continúan detenidos, aunque a varios de ellos se les imputan las mismas supuestas acciones que a los liberados (tirar piedras, la mayoría, o saltar una valla, o «patear policías»). La postal del terror se completaría minutos después, con el Presidente de la Nación afirmando, contra toda evidencia: «Son delincuentes, tienen que estar todos encerrados».
Sobre las 10 de la noche, cuando por fin lograron hacerse de las resoluciones, los familiares junto a abogados y organizaciones sociales y políticas de izquierda se organizaron para ir a esperar a los futuros liberados a los diferentes penales (Devoto, Ezeiza y Marcos Paz). Allí, extrañamente, los detenidos por manifestarse les habían dado «cupo exprés», a pesar de que hace rato que los detenidos comunes son alojados en comisarías por falta de espacio. Hacia la medianoche comenzaron a multiplicarse las fotos de abrazos, sonrisas, festejos.
Palabras de amor
«Te extraño. Extraño tu risa y tu mate largo. Te extraño hablando del trabajo, de la facu, de cómo estuvo el día. Extraño lo que me cocinabas y las canciones que me cantabas. Extraño tu energía llenando la casa. Te extraño y mis pensamientos están con vos. Te amo». «Nuestra vida se detuvo y la tuya también pero espero ansiosamente el momento en que toda esta angustia se transforme en anécdota, en otra de esas experiencias amargas que a veces tiene la vida». «Por acá te quiero decir que estamos fuertes, que éramos un montón de desconocidos y ahora somos una familia grande. Tejimos una red y gracias a ella nos animamos mutuamente. Nos tomamos de las manos y sabemos que estamos a la espera de un abrazo que pronto va a llegar».
«Tengo tantas ganas de contarte todo lo nuevo que aprendí, palabras difíciles, que desconocía. Pero también pude resignificar otras que ya conocía y no sabía que iban a ser mi sustento en estos momentos. Palabras como fortaleza y solidaridad». «Estoy guardando cada mensaje o audio de amor que llega y cada palabra de aliento para intentar recomponer todo lo roto que nos están dejando«. «Te amo y siempre voy a estar con vos». «Libertad a todos los detenidos».
Son algunas de las palabras que los familiares y amigos dedicaron a quienes el Gobierno insiste en presentar como «delincuentes» y «terroristas».
«No cursamos todxs»
«No cursamos todxs. Falta Lucía. Libertad a todxs lxs detenidxs». La enorme bandera que hicieron los compañeros de Lucía Puglia, que en ese momento debería haber estado cursando Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham y que en la noche del martes fue recibida por sus familiares en Ezeiza, encabezó la ronda espontánea que, al finalizar el acto, los manifestantes emprendieron alrededor de la pirámide. Una de las jóvenes que la llevaba era Aylen, la mejor amiga de Lucía, que confió a Página/12 la historia de terror que le contó su amiga cuando pudo visitarla unos minutos.
«Aparecieron policías motorizados que los corrieron tirando balas de goma, ella se asustó y quiso esconderse. La agarraron, la tiraron al piso, un policía le pegó una trompada en la cara. Le pusieron siete precintos. En un momento sintió que se ahogaba porque tenía tres policías presionando con las rodillas su espalda, y ella es chiquita de contextura física», reproduce Aylen lo que su amiga le contó. «Ella fue suelta a la marcha lamentablemente, no iba a ir, pero me mandó un audio llorando, diciendo que estaba viendo todo por la tele y que le daba mucha bronca, así decidió movilizarse desde Luján, donde vive», relata. Como su amiga le compartió la ubicación por WhatsApp al salir, pudo saber que tras cazarla la tuvieron más de dos horas dando vueltas en un camión celular, antes de llevarla a la comisaría de Parque Patricios y luego a la de Chacarita, donde pasó la noche esposada, sin abrigo, comida ni agua.
La fuerza de estar juntos
También estuvieron en la manifestación de ayer las 17 personas que fueron liberadas -aunque pesa sobre ellos, además de las causas gravísimas abiertas, la amenaza del fiscal Stornelli y el gobierno de la Ciudad de nuevas detenciones, más la reciente patoteada presidencial-. Y las organizaciones sociales, de derechos humanos y gremiales, y diputados, principalmente de la izquierda, que acompañaron la manifestación organizada con pautas de seguridad extra. Por ejemplo, mantenerse siempre sobre la plaza, sin cortar calles, «para no caer en provocaciones».
Efectivamente, la Policía Federal se mostró amenazante, formando cordones que pasaban una y otra vez por detrás del escenario mientras se desarrollaba el acto y hablaban los familiares.
«Nos dio mucha fuerza ver tanta gente, nos dio fuerza estar juntos», agradecía Constanza, hermana de Juan Pablo Colombo, otro de los que recuperarían la libertad. «A mi hermano me lo cagaron a palos cuando lo agarraron, un policía le dio con una manopla. Convulsionó, lo llevaron al Argerich, de ahí pasó dos días esposado en Tacuarí (la comisaría)», relata. «Nosotros somos artistas callejeros, vivimos de esto», dice a su lado María, la novia de Juan Pablo, mostrando unos aros de circo. «Nos sentimos defraudados, impotentes, sin entender nada. Ahora lo único importante es volver a abrazar a Juan Pablo», dice.
El miedo, un nuevo jugador
Pasan los días y, aun con las nuevas liberaciones, se acentúa la preocupación por los plazos de detención de los cinco que quedan, con un fin de semana largo de por medio, y los gravísimos cargos procesales que enfrentan todos. Y un nuevo jugador entra en escena: el miedo, como una amenaza plantada. Es así como en la manifestación se ven grupos de jóvenes que vinieron a «hacer el aguante» a sus compañeros de la Unsam, Sasha Iyardet, Camila Juárez y Nicolás Mayorga (todos ellos recuperarían la libertad). Portan carteles, cantan por su libertad. Pero declinan gentilmente hablar, prefieren no dar sus nombres.
«Sí, me empezó a dar miedo, estoy sola con mi hijo de doce años, mis suegros viven lejos, y empiezo a sentirme como perseguida. Tengo esperanza también, me da fuerzas toda esta gente, no voy a bajar los brazos, pero el miedo está», dice Melisa, la esposa de Nicolás Mayorga, entre lágrimas. A su compañero le dieron un balazo de goma en una pierna cuando la policía lo persiguió hasta cazarlo. «Libertad para Nico, estudiante de la Unsam y participante de la Asamblea San Martín. No son terroristas, son estudiantes», dice la fotocopia color que muestra la cara sonriente del detenido. Un par de horas más tarde, sin repreguntas ni fundamentos, Javier Milei afirmaba en televisión lo contrario.
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