Margaret Thatcher forma parte del panteón de próceres de Javier Milei, esos personajes que, desde su perspectiva, cambiaron el curso de la historia para llevarla a su cúspide, a su realización máxima, es decir, a él mismo, “el primer mandatario libertario de la humanidad”.
Como se sabe la dama de hierro junto a Ronald Reagan –con el antecedente del dictador Augusto Pinochet en Chile– fue la adalid del gran giro económico global de los 80 construida sobre un triple eje: privatización, desregulación y hegemonía del sector financiero.
La ídola de Milei no era anarco capitalista. A nivel económico privatizó los servicios públicos y la poderosa industria británica, bajó drásticamente los impuestos a los más ricos y las corporaciones, desreguló el sector financiero y consolidó a Londres como paraíso fiscal, pero jamás se atrevió con el sistema jubilatorio, la salud o la educación pública más allá de algunas reformas marginales.
En el Reino Unido la variante más similar al anarco capitalismo llegó después del estallido financiero de 2008 con Liz Truss, que pudo poner en práctica sus ideas cuando reemplazó a Boris Johnson en septiembre de 2022. Truss no duró mucho: seis semanas. En ese cortísimo período espantó a los mercados financieros y provocó una corrida cambiaria que casi desbarranca a la sólida libra esterlina y el sistema jubilatorio. Fue «Liz la Breve»: la primer ministro que menos duró en su cargo en la historia del reino.
Milei nunca nombra a Truss, pero siempre enaltece a Thatcher. El foco de esta admiración suele ponerse en la política económica, pero igualmente importante para el padre de los cuatro mastines es el proyecto político-cultural del Thatcherismo. El objetivo de la Dama de Hierro al asumir el poder en 1980 era el de Milei en 2023: destruir el “colectivismo”.
En el Reino Unido la clave de este cambio era la reforma radical o eliminación de las dos columnas que sostenían el “colectivismo” británico: el laborismo y los sindicatos. En los 80 el laborismo reivindicaba el socialismo y la “nacionalización de los medios de producción”, por más que en el gobierno adoptara una moderada política social-demócrata. Los sindicatos, por su parte, habían provocado en 1974 la humillante caída del predecesor conservador de Thatcher, Edward Heath, con las huelgas de mineros que dejaron al país sumido en cortes semanales de electricidad.
El primer blanco de Thatcher fueron los sindicatos. Los escarceos iniciales – huelgas, protestas, amenazas – confluyeron rápidamente en una batalla decisiva a mediados de los 80: la huelga de los mineros del carbón en oposición al cierre de unas veinte minas. La confrontación, que incluyó batallas campales con la policía, ollas populares y una polarización nacional, duró un año. La Dama de Hierro logró dividir a los trabajadores entre los que aceptaron sus propuestas y los que no lo hicieron, dos grupos que en muchos casos aún hoy –sean los sobrevivientes o sus hijos– no se dirigen la palabra.
Con esa victoria Thatcher reformó la ley laboral y sindical para limitar el poder de los trabajadores e inclinar la balanza a favor de los empresarios y el sector financiero. Apuntalada por la mayoría parlamentaria absoluta que había ganado gracias a la guerra de Malvinas, privatizó los ferrocarriles, la industria siderúrgica, la telefónica, el gas, el agua, parte de la vivienda pública y lanzó el famoso Big Bang que desreguló los mercados financieros.
La victoria del Thatcherismo llevó al desplazamiento de la izquierda laborista y su reemplazo por una línea pragmática, liderada por Neil Kinnock, hijo de un minero galés. El laborismo mantuvo la simbología partidaria que incluía cantar la internacional, pero su plataforma programática viró hacia el centro, aceptando como hechos consumados las transformaciones de los 80.
Este giro fue insuficiente en las elecciones de 1987 y aún en las de 1992, cuando el proyecto Thatcherista había hecho agua y la dama de hierro había sido sustituida por su ministro de economía, John Major. Daba la impresión que los conservadores, que venían gobernando desde 1980, lo harían por el resto de los tiempos. El desgaste en el poder y el cambio radical que imprimió Tony Blair, electo líder laborista en 1994, cambiaron las cosas. Con su “New Labour” Blair obtuvo en 1997 una mayoría parlamentaria absoluta: su partido gobernó ininterrumpidamente hasta 2010.
El “Nuevo Laborismo” no tenía nada que ver con el de los 80 o con el de su origen partidario a principios del siglo XX. Cuando a Margaret Thatcher, retirada de la política pero aún tótem de los conservadores, le preguntaron cuál era su legado más importante, respondió con esa sucinta acidez que caracteriza al humor inglés: “Tony Blair”.
¿Qué tiene que ver esto con Milei? Hoy el proyecto político del presidente argentino y de sus principales sostenes económicos como Paolo Rocca es destruir al sindicalismo y al peronismo. La atribulada reforma laboral y sindical va por ese camino con la mano que aportan ese espectro de radicalismo que conforman las huestes de Rodrigo de Loredo en diputados y gobernadores amigos del ajuste. El objetivo es claro: neutralizar el sinuoso sindicalismo peronista que, con sus más y sus menos, ha sido un estorbo contra el capitalismo salvaje de los hermanos Milei y el núcleo de empresarios monopólicos que lo rodea. El paso siguiente será eliminar al peronismo K, sea Kirchner o Kicillof, y dejar en su lugar una vertiente domesticada neoliberal “a la Tony Blair”.
Esta variante domada conservará símbolos y rituales, cantará la marchita igual que los británicos hacían con la internacional, pero se convertirá rápidamente en una sombra equivalente a la del APRA en Perú, un movimiento popular que se diluyó arriando sus banderas hasta desaparecer del espectro político.
Las manifestaciones del 24 de marzo y las del 23 de abril dejaron en claro que el proyecto económico- político-cultural Milei-Thatcherista no es inevitable. La del 1 de mayo y el paro del 9 avanzan en la misma dirección. Está en manos de los sindicatos, los estudiantes y el despertar de otros sectores sociales que el padre de los mastines no imponga su plan de hambre, desempleo, palos y redes sociales. Se va a necesitar que a estos sectores se le sumen políticos menos centrados en mirarse el ombligo, definir ambiciones personales o ajustar cuentas y más enfocados en enfrentar al monstruo que tienen enfrente.
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